viernes, 12 de marzo de 2010

Con un pie en la cárcel

Vidal –nombre ficticio- cumplirá en poco más de tres meses 36 años. No sabe si lo hará entre rejas o en casa. Está en busca y captura desde hace un tiempo, pero sospecha que como las prisiones están a reventar se han medio olvidado de él. No es que huya de la justicia, pero le “da palo” ingresar en prisión. Sus padres –con los que ha vivido toda la vida- no quieren que entre. La madre tiene miedo de que una vez allí, algo salga mal y le caiga más tiempo. Pero Vidal ansía pasar página: “Hacer lo de la cárcel y olvidarme”. La condena suma 11 meses por diversos delitos, pero calcula que se pueda rebajar hasta los 4 por ser la primera vez y sus progenitores ser mayores. “Si entro ahora, para verano ya estaré fuera”, estima. El postergar el ingreso entraña peligro. Si le detuvieran sin entregarse, la pena podría aumentar. No tiene miedo a vivir encerrado: “No lo veo mal… cómo siempre estoy dentro de casa”, y añade: “Tienes tu gimnasio, cursillos…”

Caminamos hacia un bar del barrio para entablar la conversación. El viento ha limpiado el cielo de Barcelona. Tras varios días encapotados la pulcritud del ambiente invita a pasear. Vidal hunde el rostro entre las solapas desplegadas del cuello de la chaqueta. Durante el trayecto hasta el local, otea a un lado y otro con miedo a que una patrulla le requiera la documentación. El vaivén de las pupilas refleja angustia. Nos sentamos en una mesa. Pedimos una voll-damm y un poleo menta. Querría haber grabado en vídeo la cita pero se niega en redondo porque no desea que algunos familiares le reconozcan o que alguien le acuse desde el anonimato.

”Hay leyes que la mitad son una mierda y están hechas para hacer callar a cuatro. Y sí, hay que cumplirlas”, comienza. “Me río de todo lo que veo en la tele, me parece todo mentira y falsedad. Sólo veo un poco las noticias y los deportes de la noche. Me gusta un poco España directo”. Vidal ve series y películas de Internet de las que afirma que al menos ya se sabe que son fantasía y “no lo que se ve por televisión que te crees que es verdad y es fantasía”. Le pregunto que por qué tiene que ir a la cárcel. Desgrana tres o cuatro delitos por conducir bajo los efectos del alcohol y otro por propinar una patada a la cafetería de un bar, pero señala, sobre todo, un intento de agresión a la policía de hace unos cinco años como desencadenante de la condena: “Tengo varias y esta no me la podían dejar pasar”, asevera.

Vidal afirma, sin embargo, que la policía no dice la verdad. Según su versión, ocurrió lo que sigue. Tuvo un golpe con otro turismo. La conductora del coche le pidió hacer el parte por una rallada, a lo que se negó y huyó. Aparcó cerca, al lado de un bar de Horta. La mujer, mientras tanto, había llamado a los mossos, que comprobaron que el vehículo de Vidal coincidía con la descripción detallada por la señora. Los agentes le exigieron hacer la prueba de alcoholemia, que Vidal rechazó aduciendo que aunque estaba dentro del coche no conducía. Le convencieron de que soplara argumentándole que no le ocurriría nada, que era un trámite. Habían entrado en el establecimiento y, mientras discutían, Vidal se tomaba una cerveza. Finalmente, se sometió a la prueba y dio positivo. Al anunciarle los mossos que le detenían, Vidal les recordó que le habían dicho que no pasaría nada si soplaba. La policía insistió en que debía acompañarlos. Fruto de la tensión, Vidal cogió un taburete, lo alzó y lo dejó caer sobre el suelo. En el atestado los agentes indicaron que les intentó agredir con el taburete. He aquí la clave, recalca Vidal.

Le pregunto que por qué nadie testificó a su favor si fue tal y como cuenta, y me contesta que nadie se quiso meter, que “ningún testigo quiso testificar a mi favor”. Vidal ha tenido muchas “movidas” con la policía, tantas que no se acuerda: “Me gustaría acordarme para escribir un diario”.

Me refiere otra de esas “movidas” que le sucedió hace tres o cuatro años. Le detienen bajo la acusación de conducir y abandonar un coche que se había estampado contra un parque. Viajaba en él, pero, según afirma, conducía otro, y por eso, se resiste a la detención. “Me pisó la cabeza y me hizo una cicatriz”, asegura, en alusión a uno de los policías. Tras el arresto, escucha en la emisora de la patrulla que la descripción del conductor hecha por testigos no coincide con la suya. Aún así -sostiene- en la comisaría de Les Corts los agentes le acusaron a él. “En el calabozo me dieron una paliza con guantes, antes de lo de las cámaras”, narra. “Tres policías me dieron cinco guantazos bien dados cada uno”. Había un marroquí dentro que se acurrucó en un lado, me explica. El médico le recetó pastillas para el dolor durante un tiempo y perdió audición de un oído, añade. “Me trataron como a un animal”, rememora. Denunció la agresión y el juicio por lo del coche quedó nulo, al modo de una cosa por otra. Añade que uno de los policías se presentó con el brazo vendado al juicio. No soporta a la policía. “Vosotros sois la ley y no podéis mentir”, se indigna. Paradójicamente, a Vidal le habría gustado ser agente porque desde niño ha creído en “la Justicia”, por eso quizás no soporta –asevera- que alguien que viste uniforme le mande callar cuando Vidal trata de razonar con él.

Hace siete años que no trabaja de forma estable. Ha vivido de trapicheos, pero jamás se ha metido en tráfico de drogas: “Te juegas 6 u 8 años de tu vida, es una locura”. Le gustaría trabajar de electricista -“que es lo que yo sé”-, pero a veces se ve sin ganas: “Tengo días que digo que qué asco de vida, pero también tengo dentro una iluminación y buen rollo”. Se cuestiona qué le espera, a lo que añade: “No afronto la vida, soy un poco cobarde”. Permítanme esta licencia que marco en cursiva. Vidal vive en lo que parece una contradicción. Por un lado, se queja de que el cinismo de quienes más tendrían que velar por la justicia –y eso le indigna y le solivianta sobremanera- ha propiciado su situación, pero, por otro, parece que al desear el ingreso en prisión quiera limpiarse de culpa. ¿Se responsabiliza, pues, de algo que su conciencia no tolera, o sea, piensa que se merece la cárcel, o, simplemente, es estoicismo, resignación ante lo inevitable, o una mezcla de ambos?

Vidal sueña con irse a vivir al pueblo y montar un bar cuando salde las cuentas con la justicia. Mientras tanto, no tiene horario ni mucho menos calendario. Ayuda a su madre en los quehaceres diarios, ve series y películas y se acuesta. Pero no alberga esperanza: sabe que más pronto que tarde debe entregarse.

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