El barco se hunde. Cada solsticio que traspasamos, la verbena de San Juan se desvanece un tanto más. Como se suele decir, sin prisa pero sin pausa. De niño, cuando correteaba como un salvaje por la calle, varias semanas antes de la verbena los chavales recogíamos maderas y las escondíamos en los descampados -porque, en Barcelona, cada barrio tenía uno o más descampados- hasta que se aproximaba la noche de la fiesta. Entonces erigíamos montañas con las puertas, colchones, sofás y todo tipo de mobiliario ajado que los vecinos habían desterrado de su vera. Ya en el inicio de mi adolescencia la urbana comenzó a molestar reclamándonos permisos para levantar las hogueras. Como resultado, a más años transcurridos menor número de fogatas. Si antes cada barrio acogía diversas hogueras ahora cuesta encontrar barrios con hogueras. Y es más difícil aún hallar una lumbre
encumbrada por un monigote, como mandan los cánones.
La hoguera de la foto ardió en la playa de
Arenys de mar. Pregunté a la autoridad competente que vigilaba el lugar -un
policía municipal- si las maderas las habían aportado los vecinos. En absoluto, fue la respuesta. Se trata de una hoguera "prefabricada", el ayuntamiento amontonó decenas y decenas de
palés para el evento. El municipal argumentó que cuando permitían a los vecinos preparar la candela aprovechaban para tirar de todo, plástico incluido. Lo suyo ahora es reciclar. Por más que se nos intente domar, no dejamos de ser salvajes.
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